Si bien existe consenso acerca de que la reproducción primigenia fue asexual, lo cierto es que fue la reproducción sexual la que se extendió, generalizó y acabó por convertirse en la norma específica para la inmensa mayoría de las especies, tanto de animales como plantas, prácticamente desde un principio de la evolución.
La reproducción sexual, por medio de la cual machos y hembras se cruzan para la transmisión de los caracteres diferenciales (genes) a la descendencia, implica la existencia de una contínua variación genética. Por el contrario, en la reproducción asexual, se formarían nuevos individuos a partir de sucesivas divisiones mitóticas de la célula sexual femenina sin la participación de un gameto masculino; es lo que se denomina partenogénesis, literalmente, reproducción virginal. El resultado de este tipo de reproducción son clones exactamente iguales al progenitor desde un punto de vista genético.
La partenogénesis se encuentra extendida entre muchas especies de Fásmidos o insectos palo. Parece tratarse de una regresión hacia la reproducción asexual. De hecho, hay especies en las cuales la reproducción es sexual pudiendo generar nuevos individuos por partenogénesis en el caso de ausencia de machos. Un ejemplo típico de reproducción asexual es la del insecto palo Carausius morosus. Esta especie se ha convertido en la referencia para el estudio de la partenogénesis en el laboratorio.
En nuestro caso, nos encontramos ya por la tercera generación de clones de Carausius morosus como el de la foto. La reproducción asexual garantiza la supervivencia de la especie de manera indefinida sin necesidad de macho, pero, a diferencia de la reproducción sexual y desde un punto de vista evolutivo, este tipo de reproducción no permite la variabilidad y la diversidad para la lucha por la adaptación al entorno. El único mecanismo posible de variación para este tipo de reproducción es la mutación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario