miércoles, 28 de julio de 2010

De la irresistible tentación de meter un bicho en un bote

Todos, de pequeños, hemos caído en la tentación de encerrar en un bote al bicho de turno con el que nos encontrábamos. Resultaba algo irresistible. Los botes de cristal que guardaban nuestras madres para las conservas, antecesores del tupperware, eran sustraídos al menor descuido para acabar conteniendo mariquitas, hormigas, chinches, mantis, lagartijas o algún renacuajo o alguna rana.
Nuestro instinto de naturalista se alimentaba de esa manera, emulando a Gerald Durrell tal como nos cuenta en Mi familia y otros animales o en Bichos y demás parientes, aunque, por aquél entonces, la mayoría de nosotros desconocíamos a Gerald Durrell.



Nos criamos con Félix Rodríguez de la Fuente y su El hombre y la tierra.
Han pasado los años y, para muchos de nosotros, sigue siendo una irresistible tentación el encerrar un bicho en un bote. Hemos cambiado los tarros de cristal por los de plástico, más manejables, menos pesados y habitualmente de contenido previo más apetitoso, pero seguimos cediendo a la tentación.





Si bien es cierto que, a diferencia de antaño, el encierro es provisional para una observación concreta o una sesión fotográfica. Antes el bicho solía acabar estirando la pata en su encierro indefinido, asfixiado o muerto de inanición, y ahora, generalmente, no. De alguna manera, seguimos cediendo a esa irresistible tentación, pero hemos abolido la cadena perpetua y la hemos limitado a una prisión preventiva.

2 comentarios:

Manuel, esbama dijo...

Ya que mencionas a Durrell, te aconsejo para este verano una de las mejores lecturas veraniegas que han caído en mis manos. Se trata del libro titulado "Los Durrell en Corfú", y cuenta a modo de autobiografía la infancia de Gerald en esta isla griega.

Recuerdo mis risas infantiles cuando hablaba de una barca que le medio-construyó su hermano mayor a la que bautizó con el nombre de BOTARGA PANDORGA por lo redonda que era...

Y de como faltándole manos para coger unos escarabajos no se le ocurrió otra cosa que meterse uno en la boca... "puaj", que asco... y que amargo le supo.

En fín, si puedes lee este curioso recuerdo y visión de un niño sobre la naturaleza que le rodeaba. Te agradará, seguro.

Un abrazo.

Jambo Bwana dijo...

Tomaremos en cuenta la recomendación, Manuel.
Siempre es una delicia leer y releer a Durrell: "Atrápame ese mono" es uno de mis favoritos.
Además, la isla griega de Corfú es uno de mis objetivos de toda la vida.